La centella asiática es una planta trepadora muy resistente que crece en zonas tropicales, como su nombre indica, nos llega de Asia. Es un excepcional complejo antiarrugas y renovador de los tejidos. Aconsejadapara las arrugas incluso las más acusadas cicatrices e imperfecciones de la piel debidas al paso del tiempo.
Controla la formación de las fibras colágenas y elásticas. Su ligereza se hace imperceptible al tacto, sin perder por ello la efectividad de los principios activos que contiene. Su presencia en una crema hidratante la hece ideal para todo tipo de cutis, incluso las pieles con acné, por su gran poder cicatrizante.
La centella asiática es conocida en Asia como “La hierba de los tigres” porque los cazadores seguían el rastro de estas enormes fieras observando las centellas, ya que los tigres heridos tenían la costumbre de revolcarse en los arbustos para curarse las heridas. En la farmacopea de la India la centella asiática se considera como una planta casi mágica; además se ha utilizado tradicionalmente para calmar los picores y las quemaduras. La investigación cosmetológica descubrió las propiedades cicatrizantes y relajantes de la centella asiática. Antiguamente era conocida y utilizada también para el tratamiento de heridas, llagas, úlceras y la lepra, en forma de jugo de la planta fresca.
La leyenda de “La hierba de los tigres”
Abramos un paréntesis para recordar esta leyenda que, además de su gran poesía, pone de manifiesto las extraordinarias propiedades de la centella asiática.
Había una vez, en un pequeño poblado de Laos, al borde del río Mekong, dos jóvenes que se amaban tiernamente. Ella era bellísima Yun-li, tenía dieciséis años y era la única hija del jefe del poblado, rico propietario que poseía casi la totalidad de los arrozales. El era un leñador, hermoso y pobre, que pasaba sus vida en el corazón del bosque.
El padre de Yun-li se llenó de cólera el día que su hija le anunció que quería casarse con aquel a quien él tenía por un desastrado. Loco de rabia, desenvainó su azagaya y se lanzó en busca del joven. Lo encontró en la plaza, se abalanzó sobre él y le hizo un gran corte en el vientre.
- Sálvate, leñador - le gritó -, y cuídate de no volver a cruzarte en mi camino, pues si lo haces daré fin a lo que acabo de empezar y acuérdate de esto. ¡Mi hija jamás será tuya!
Después desafiante añadió:
- De todas formas te voy a conceder una oportunidad: si mañana la herida que te he hecho en el vientre está cicatrizada, es que eres más poderoso que yo y tendrás derecho a exigir la mano de Yun-li.
El joven leñador huyó perseguido por las burlas de los campesinos. Se refugió en su choza de bambú, sufriendo más por haber perdido a quien amaba que por la profunda herida, de anchura de una mano que tenía en el vientre.
Pero él conocía los secretos del bosque mejor que nadie. Muy a menudo había observado como los tigres revolcaban sus heridas sobre un tapiz de plantas rampantes. Había visto como a las fieras les era suficiente una noche para curar sus heridas y volver a cerrar la piel arrancada, esto le hizo bautizar a estas plantas como “la hierba del tigre”.
Decidió probar este remedio sobre él mismo, ya que el desafio del padre de su amada sonaba aún en su cabeza como un cascabel: “Si mañana ya te has curado, podrás casarte con Yun-li”. Toda la noche la pasó aplicándose la hierba del tigre. A la mañana siguiente, con los primero rayos del sol, en vez de la llaga sólo quedaba una cicatriz de un tono rosáceo igual que el del amanecer.
El leñador se volvió al poblado y allí, en medio de la plaza, delante de todos los estupefactos habitantes, mostró que su herida estaba ya cicatrizada. El padre de Yun-li, tuvo que cumplir su promesa: entregó su hija a aquel que le había demostrado ser más poderoso que él.
Los amantes fueron muy felices y el leñador se hizo muy rico y muy querido vendiendo a todos los heridos “ la hierba del tigre”, a la que debía su felicidad.
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