DE PERFUMES Y FRAGANCIAS...

La India: un mundo de fragancias
Fuente inagotable de materias primas; la India es la auténtica tierra prometida en lo que respecta a aromas y olores. En el Antiguo Egipto, el centro del comercio de perfumes era Punt, país pseudomítico de África, cuyos comerciantes importaban de la India toda clase de flores y plantas aromáticas. La lista de sustancias que, procedentes de Mysore, el Himalaya, la actual Ceilán y otras muchas regiones de la India, invadían los comercios tanto de Egipto como de Asiria o Babilonia es muy extensa: áloe, juncia, sándalo, jazmín, incienso, mirra, lavanda, casia, cinamomo... por no hablar de las especias, como la pimienta, el azafrán, los clavos de olor o la cúrcuma, destinadas principalmente a acompañar las comidas o procurar su adecuada conservación, pero que también eran utilizadas en numerosos preparados olorosos. En la India, el perfume estaba estrechamente relacionado con los ritos religiosos, y era muy utilizado para mantener alejados a los malos espíritus, asociados con la enfermedad. De nuevo se ve cómo existe una clara relación entre aroma y profilaxis, mantenida también por los griegos. En el texto sagrado de los Vedas se citan numerosas ceremonias religiosas en las que se queman maderas olorosas y se utilizan ungüentos y bálsamos aromáticos para ahuyentar a las divinidades malvadas, omnipresentes en la mitología hindú.
En el ámbito profano, el uso habitual de los perfumes estaba reservado a las castas superiores, entre cuyas costumbres cabe citar la de impregnar los cabellos con aceite de nuez; previamente macerado con flores. Por su parte, los menos favorecidos debían contentarse con los productos que ofrecían los mercaderes ambulantes, cuidadosamente envueltos en pañuelos de seda.
Los hindúes se inclinaban por el aroma del sándalo, que era un ingrediente habitual en preparaciones más elaboradas. Su uso estuvo muy extendido en el imperio mogol, cuando era el aroma que envolvía a todo aquel que conseguía entrar en el harén o máhl. También el jazmín y la rosa ocupaban un puesto de honor en sus preferencias; de la segunda, cultivada sobre todo en Cachemira, se obtenía una esencia de nombre ather, es decir, «la más excelente de las flores».
Así estan en las Boticas Indias....



El perfume durante el Renacimiento
El descubrimiento de América fue un acontecimiento crucial para el desarrollo del perfume en Europa, al poner a disposición del perfumista imaginativo nuevas sustancias, como la vainilla, el cacao y el bálsamo del Perú, entre otras. Por lo que respecta al desarrollo técnico, durante el siglo XVI los expertos prefirieron destilar sus esencias por precipitación o mediante el uso de los «vasos florentinos». Sin embargo, al menos una voz autorizada reivindicaba ya el papel del alcohol como disolvente, avanzando la técnica que se impondría en el siglo siguiente con Leonardo da Vinci. En efecto, la perfumería era también una de las aficiones de este italiano universal y polifacético, como lo demuestran aquélla y otras aportaciones, entre las que cabe citar el perfeccionamiento del enflorado, un método para la extracción en frío de la esencia de algunas flores mediante la superposición de sucesivas capas de pétalos y grasa animal. El impulso que aportó el Renacimiento fue más intenso en Italia que en ningún otro lugar, por lo que no debe resultar extraño que Florencia, una.de las ciudades más pujantes del país, se convirtiera en el centro europeo del perfume, tanto en lo que respecta a la elaboración de las más diversas sustancias como a su importación y distribución. En Florencia nació precisamente una figura de gran relevancia en el ámbito del perfume del siglo XV, Catalina de Médicis, hija de Lorenzo II y esposa de Enrique II, rey de Francia. Dama de delicada belleza y gustos exquisitos, cabe citar como un detalle significativo de los mismos su exigencia de que se perfumara con profusión parte del séquito que debía escoltarla hasta París para encontrarse con su futuro esposo.
Entre los acompañantes de Catalina había dos frailes que eran los encargados de elaborar los cosméticos para su uso personal; ambos se lamentaban de tener que abandonar sus bien provistas despensas florentinas, y se preguntaban cómo podrían seguir complaciendo los deseos de su dama. No obstante, no tardaron en comprobar que; en las colinas que rodeaban la pequeña localidad provenzal de Grasse; crecían como por ensalmo auténticos macizos de rosas; lirios y mirtos; además; la tradición de la zona en el trabajo de la piel abría la posibilidad de confeccionar prendas de piel perfumada, según la tradición florentina. Los dos frailes solicitaron permiso para establecerse en el idílico pueblecito, situado no muy lejos de la que sería la residencia oficial de los monarcas, y pusieron así la primera piedra de la que más tarde fue denominada «la ciudad de los perfumes».

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