Diabetes, enfermedades coronarias, obesidad. Son alteraciones y trastornos que están a la orden del día. ¿Quién no conoce a alguien que padece alguna de ellas (o varias)?. Si bien las dos primeras afectan a un conjunto de la población con más edad, la última, el sobrepeso y la obesidad, afecta a grandes y también a pequeños.
Es extraordinariamente triste ver a un niño de pocos años pasar del sobrepeso y que sus padres, al mismo tiempo, lo vean como algo, bueno, no tan malo dentro de lo que cabe.
Sin embargo, nuestra memoria a corto plazo nos impide reconocer algo importante que tienen la diabetes, los problemas de corazón y la obesidad en común: son enfermedades occidentales y su incidencia hasta hace pocas décadas era mínima.
El sistema con toda su parafernalia mercantilista y publicitaria, nos hace creer que siempre estuvieron ahí, y no es así: han llegado hace poco y si no hacemos nada para remediarlo, se quedarán entre nosotros muchísimo tiempo.
¿La causa?. La evolución de una industria alimentaria que fue convirtiendo poco a poco el placer de comer una gran variedad de alimentos, preparados y cocinados en casa, en un acto puramente mercantilista y reducido al consumo de un conjunto de nutrientes: el dogmatismo del nutricionismo.
El reducir conceptualmente un alimento a un conjunto de nutrientes, permitió a la industria alimentaria desarrollar toda una batería de supuestos alimentos más baratos y de peor calidad: de ahí a la confusión de hoy día en que ni siquiera sabemos qué es lo que debemos comer.
Sin embargo, tal y como demuestran continuas evidencias científicas, aún no se sabe por qué un alimento particular tiene el efecto que tiene en nosotros: en este caso la suma de las partes es algo mucho más que esas partes por separado.
Parece ser que la cosa va más de patrones alimentarios: se demuestra que distintas culturas proveen a su población de una manera u otra de todo lo necesario para una correcta alimentación aprovechando los recursos locales, tras una evolución conjunta durante miles de años.
El comer, es, por tanto, una cuestión cultural y, de ahí, conclusiones tan significativas como la paradoja francesa, en donde una población con mayor consumo de grasas saturada a través de la mantequilla y el queso, muestra una menor incidencia en enfermedades del corazón.
El negocio de la industria alimentaria tiene la misma dinámica que cualquier otro tipo de negocio: hacer dinero y aumentar los beneficios más y más y si aquí no vamos a entrar en si esto es bueno de por sí o muy malo, sí tenemos que denunciar las nefastas consecuencias que esto está teniendo en nuestro modo de relacionarnos con la comida y de alimentarnos.
De todo esto trata el nuevo libro de Michael Pollan, ya conocido por algún que otro éxito editorial anterior como “The omnivore’s dilemma” (El dilema del omnívoro).
Aunque muy enfocado al contexto americano, sus tesis y explicaciones son fácilmente extrapolables a otras partes del mundo que llamamos desarrollado, como Europa.
¿Pandemia de gripe no sé qué?. Sólo hace falta dar una vuelta por la calle y contar, uno, dos, tres, etc., el número de personas obesas o con problemas de sobrepeso con los que uno se topa. ¿Es esto normal?, ¿lo podemos admitir?, ¿o es que a causa de acostumbrarnos a nadie le llama ya la atención?.
Pues sí, las tres enfermedades mencionadas son relativamente nuevas entre nosotros. El abandono de hábitos tradicionales de alimentación, la presión de una industria alimentaria que continuamente nos dice qué debemos comer y qué no, la ignorancia general sobre cómo alimentarnos, etc.; un cóctel explosivo cuyo resultado ya conocemos de sobra.
En traducción libre, la introducción al libro de Pollan:
El detective en el supermercado es un libro sobre un problema al que se enfrenta todo el mundo que vive en una sociedad industrial: el problema de la dieta “occidental”.
Escribo como un americano, y, por tanto, uso muchos ejemplos americanos; pero la historia que voy a contar no es por más tiempo una historia americana.
La epidemia de las enfermedades crónicas (obesidad, diabetes, enfermerdades coronarias y diversos tipos de cáncer), relacionadas con la dieta moderna puede tener hoy día más impacto en los Estados Unidos, pero actualmente el modo americano de alimentación se está expandiendo por todo el mundo y, con él, las devastadoras enfermedades occidentales.
Los índices de obesidad en Europa están acercándose rápidamente a los de Estados Unidos; el aumento de diabetes y enfermedades cardiovasculares lo seguirá seguramente.
Esta es la secuencia que se produce dondequiera que las dietas tradicionales y el modo de alimentarse han sucumbido a la dieta moderna con alimentos procesados.
Las Naciones Unidas han anunciado recientemente que los problemas de “sobrealimentación”, por primera vez, superan los problemas de “infraalimentación”.
Leí recientemente este libro en su versión original (cuyo título no tiene nada que ver al que le han puesto en español: “In defence of food“) y, de hecho, me gustó tanto, que pronto lo voy a adquirir en castellano para que lo lean también en casa.
Es extraordinariamente triste ver a un niño de pocos años pasar del sobrepeso y que sus padres, al mismo tiempo, lo vean como algo, bueno, no tan malo dentro de lo que cabe.
Sin embargo, nuestra memoria a corto plazo nos impide reconocer algo importante que tienen la diabetes, los problemas de corazón y la obesidad en común: son enfermedades occidentales y su incidencia hasta hace pocas décadas era mínima.
El sistema con toda su parafernalia mercantilista y publicitaria, nos hace creer que siempre estuvieron ahí, y no es así: han llegado hace poco y si no hacemos nada para remediarlo, se quedarán entre nosotros muchísimo tiempo.
¿La causa?. La evolución de una industria alimentaria que fue convirtiendo poco a poco el placer de comer una gran variedad de alimentos, preparados y cocinados en casa, en un acto puramente mercantilista y reducido al consumo de un conjunto de nutrientes: el dogmatismo del nutricionismo.
El reducir conceptualmente un alimento a un conjunto de nutrientes, permitió a la industria alimentaria desarrollar toda una batería de supuestos alimentos más baratos y de peor calidad: de ahí a la confusión de hoy día en que ni siquiera sabemos qué es lo que debemos comer.
Sin embargo, tal y como demuestran continuas evidencias científicas, aún no se sabe por qué un alimento particular tiene el efecto que tiene en nosotros: en este caso la suma de las partes es algo mucho más que esas partes por separado.
Parece ser que la cosa va más de patrones alimentarios: se demuestra que distintas culturas proveen a su población de una manera u otra de todo lo necesario para una correcta alimentación aprovechando los recursos locales, tras una evolución conjunta durante miles de años.
El comer, es, por tanto, una cuestión cultural y, de ahí, conclusiones tan significativas como la paradoja francesa, en donde una población con mayor consumo de grasas saturada a través de la mantequilla y el queso, muestra una menor incidencia en enfermedades del corazón.
El negocio de la industria alimentaria tiene la misma dinámica que cualquier otro tipo de negocio: hacer dinero y aumentar los beneficios más y más y si aquí no vamos a entrar en si esto es bueno de por sí o muy malo, sí tenemos que denunciar las nefastas consecuencias que esto está teniendo en nuestro modo de relacionarnos con la comida y de alimentarnos.
De todo esto trata el nuevo libro de Michael Pollan, ya conocido por algún que otro éxito editorial anterior como “The omnivore’s dilemma” (El dilema del omnívoro).
Aunque muy enfocado al contexto americano, sus tesis y explicaciones son fácilmente extrapolables a otras partes del mundo que llamamos desarrollado, como Europa.
¿Pandemia de gripe no sé qué?. Sólo hace falta dar una vuelta por la calle y contar, uno, dos, tres, etc., el número de personas obesas o con problemas de sobrepeso con los que uno se topa. ¿Es esto normal?, ¿lo podemos admitir?, ¿o es que a causa de acostumbrarnos a nadie le llama ya la atención?.
Pues sí, las tres enfermedades mencionadas son relativamente nuevas entre nosotros. El abandono de hábitos tradicionales de alimentación, la presión de una industria alimentaria que continuamente nos dice qué debemos comer y qué no, la ignorancia general sobre cómo alimentarnos, etc.; un cóctel explosivo cuyo resultado ya conocemos de sobra.
En traducción libre, la introducción al libro de Pollan:
El detective en el supermercado es un libro sobre un problema al que se enfrenta todo el mundo que vive en una sociedad industrial: el problema de la dieta “occidental”.
Escribo como un americano, y, por tanto, uso muchos ejemplos americanos; pero la historia que voy a contar no es por más tiempo una historia americana.
La epidemia de las enfermedades crónicas (obesidad, diabetes, enfermerdades coronarias y diversos tipos de cáncer), relacionadas con la dieta moderna puede tener hoy día más impacto en los Estados Unidos, pero actualmente el modo americano de alimentación se está expandiendo por todo el mundo y, con él, las devastadoras enfermedades occidentales.
Los índices de obesidad en Europa están acercándose rápidamente a los de Estados Unidos; el aumento de diabetes y enfermedades cardiovasculares lo seguirá seguramente.
Esta es la secuencia que se produce dondequiera que las dietas tradicionales y el modo de alimentarse han sucumbido a la dieta moderna con alimentos procesados.
Las Naciones Unidas han anunciado recientemente que los problemas de “sobrealimentación”, por primera vez, superan los problemas de “infraalimentación”.
Leí recientemente este libro en su versión original (cuyo título no tiene nada que ver al que le han puesto en español: “In defence of food“) y, de hecho, me gustó tanto, que pronto lo voy a adquirir en castellano para que lo lean también en casa.
Sitio oficial: Michael Pollan
interesante tu recomendación!!
ResponderEliminarlo tendré en cuenta...tanto tenemos todavía que aprender!!
abrazoss